Después de cinco horas fotografiando pasamos por delante de un paseo marítimo. Qué bello, qué ganas de playa. Y sí, paramos. Y aunque hace viento, mucho viento, disfrutamos de la orilla, del olor y el sonido del mar, del sol y de la compañía.
Y antes de llegar a casa pasamos por delante de un pequeño campo de amapolas. Y surge, nuevamente, eso de que un día tenemos que parar para hacernos una foto juntos. Lo bueno es que parece que el día ha llegado.
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